miércoles, 22 de septiembre de 2010

Las Alondras

Nunca antes habían entrado en aquél bar. Ella, acaso por su heredado status social. Él, debido a que su carácter obsesivo compulsivo lo arrastraba desde el año 2015 al mismo bar de siempre, "Los Alerces", a las 18:05, tras una jornada de trabajo agotadora. Allí lo esperaba su fiel mozo de bigote gris y un vaso de Bourbon apoyado en una mesita a la derecha del baño de mujeres.
El señor R. y la señora H. se pusieron de nariz al ventanal que daba a la Avenida. El eco de las balas aún resonaba a la distancia y un humo espeso lo cubría todo. Ella estornudó en reiteradas ocasiones y el señor R., en un acto de galantería poco común en él, le acercó un pañuelo. La garganta le picaba, y el dueño del bar, como si hubiera leído su intención, le acercó un vaso de agua que ella agradeció en silencio. Se preguntó a sí misma si, en caso que la situación hubiera sido otra, habría aceptado un vaso de agua proveniente de aquél establecimiento. Dudó un instante: cabía la posibilidad de que el agua no hubiera sido analizada y aprobada por el Ministerio de Sanidad y Consumo, con lo cual podría estar contaminada. Sin embargo, la circunstancia apremiaba. Entonces, con cierta prudencia y a ojo cerrado, se llevó a la boca tres imperceptibles sorbos de agua de grifo del bar "Las Alondras".
Fue en ese momento que presintió el dolor físico ante la inminencia de la muerte. Cuando la nube de polvo se disipó, pudo ver a través del ventanal hombres y mujeres arrojados en la vereda, con ojos y bocas abiertos, pero sin aliento visible o audible. Afuera, la ciudad estallaba en mil pedazos. Por el momento, el bar "Las Alondras" parecía ser el único lugar seguro en la faz de la tierra.