lunes, 25 de octubre de 2010

desfallecer

-       ¿Ella dormía?
-       Sí, plácida pero enardecida, sonrojada. Susurraba, desnudándose en sueños.
-       ¿Entonces?
-       Perdí el equilibrio, dejé de sentirme afable, seguro…
-       ¿Seguro de?
-       De su amor.
-       ¿En ese preciso segundo?
-       Sí, aunque pudo ser antes. Algo en ella se perdió, se evaporó angustiosamente en el éter. Se desvaneció sutilmente, sin previo aviso, sin advertencia alguna.
-       Sí, siga…
-    Dudé de ella, de sus sentimientos. Presentí su desamor, sufrí encarnizadamente su abandono, sometiéndome a su desamparo. Deduje su desinterés, padecí su sádico egoísmo, pené su distancia, desconfié de su presencia entera.
-       Ajá…
-    Antes supe dejarme seducir, entregándome a sus enfermizos encantos. Aprendí a ser esclavo de su déspota pasión, adicto a su desalmado espíritu, adorador de sus peligrosos secretos dormitantes.
-       Es entendible.
-       Pensé seriamente en suicidarme, en desaparecer antes de dejarme devorar por sus  enredados artilugios. Debería decir, asimismo: antes de dejarme engullir por su pétrea ausencia.
-       ¿Pero?
-       Sentí escalofríos, asco. Adolecí de espanto ante dicho desenlace.
-       Entiendo, ¿pero sintió pena? ¿Piedad? ¿Por ella?
-   Piedad de ella, sí… puede ser. Pero debía seguir adelante, debía salvarme de su soberana existencia sin sosiego.
-       ¿Entonces?
-       Entonces sentí enorme poder. Súpeme dueño, amo, señor. Ella dormía apaciblemente. Su débil aliento se evaporaba en el aire, su desnudez apremiaba, su siniestra aura surcaba el espacio en derredor, su espalda se derretía en aterciopelado sudor.
-       Sí, siga, diga…
-     Empuñé el arma. Sin dudarlo, penetré su suave piel satinada, despojada de peso alguno. Socavé sus entrañas, poseyéndola soberbiamente. Saboreé sus entrelazadas, eternas extremidades. Suspiré sobre su sensual silueta...
-       Sí, ¿después?
-    Acarició el arma su encendido pubis, palpó sus deseosas profundidades, dibujó sin decoro alrededor de su exuberante escote. Ella alunizó en penumbras, deshaciéndose en palabras de desvergonzado placer. Puncé su pavoroso sexo, desgarrándolo en éxtasis adormecido.
-       ….
-       Entonces, en el silente disparo, ella se acabó.

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