sábado, 26 de junio de 2010

nacimientos

A 50 km. del círculo Polar Ártico, en el paralelo 66º 33' 43'' Norte, una mujer desciende de un helicóptero frente al único hospital en esa inhóspita porción de tierra nórdica de largas sombras. Se lee en el termómetro: 20 grados bajo cero. La mujer es pequeña, sus cabellos son negros, los ojos rasgados, y su piel de porcelana. Viste un Amauti colorido y lleva enormes botas rojas. Camina con dificultad hacia la puerta del hospital, como si su cuerpo pesara el doble. Está sola. Su marido, a cientos de kilómetros, cuida de la manada de perros-lobos, y enciende un fuego para pasar la noche en una tienda hecha de piel de osos y caribúes. Ella tiene miedo; pero sabe que hoy hay eclipse de sol, y eso tiene que ser un buen presagio. Entonces, el primer grito atraviesa las frías paredes del nosocomio. Ha dado a luz a su primogénito, sin saber que a la misma hora, en esa otra inhóspita porción de tierra de largas sombras, una joven bereber atraviesa con el peso de su también primer hijo en el vientre, el desierto del Sahara. Un hiyab coral cubre sus cabellos, enmarca su cara angulosa, se anuda en la barbilla, y cubre un escote decoroso. La mujer que la acompaña, su partera, lleva una gallina en manos, a la cual desplumarán y ofrendarán a la Madre Tanit, diosa de la fertilidad. Ante cada nueva contracción, presiona en doloroso silencio su colgante de ámbar en forma de triángulo. El mismo simboliza el portal que acoge a ese bebé en camino: lugar Divino del cual surge ni más ni menos que Todo.

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